Ayer descubrí que estoy gorda, al pasar un día de compras en el centro comercial. Lo que sería un día relajante, terminó con la frase tatuada en mi cabeza: ¡Me siento gorda!
Disfrutar un día de compras para cualquier mujer es agradable. Pasear por las tiendas y ver las nuevas tendencias de la moda es fascinante para quien tiene el tiempo limitado.
Es casi imposible dedicar tiempo libre cuando eres madre, porque sabes que en la casa te espera tu bebé y tu esposo. Pero, esta vez, escogí un día para mí. Por lo que decidí cambiar la rutina y disfrutar un día entero visitando las tiendas.
No soy el tipo de mujer que le agrada comprar ropa, pero la necesidad llamaba a gritos en mi closet. Durante los últimos meses ya nada me queda. Por lo que era la excusa perfecta para escapar de casa y disfrutar de las maravillas del centro comercial. No obstante, la visita me dejó saber la realidad de mi momento: ¡Me siento gorda!
Después de ser madre la vida cambia por completo. La rutina ya no es la misma y la cintura de señorita se desvanece. Las caderas se ensanchan. El busto crece y ni se diga del vientre. Se inflama de tal manera, que debes pensar muy bien antes de digerir cada alimento. Atrás quedó la espléndida figura plana, quedando solo en el recuerdo y en las fotos.
Es muy común observar a las influencers con cuerpo de modelo, y no pensar en el deseo de regresar a una talla cero. Es cuando piensas: ¡Estoy gorda!
Desde las prendas coloridas, hasta los jeans bota ancha fueron mis opciones para llevarlos al vestidor. Lo más urgente que necesitaba eran los pantalones, pero hice contacto visual con varias blusas, por lo que descaradamente, las puse en la canasta. En total llevaba cinco jeans, tres short y cuatro blusas.
Al llegar al vestidor comencé a elegir los atuendos y cuando llegó el momento de medir la primera pieza pensé: ¿Me siento gorda!
El pantalón no me subía más allá de los muslos. Hice un segundo intento, pero aparté la operación al darme cuenta de que el esfuerzo no valdría la pena. Escogí la talla incorrecta. Aumenté de peso, por lo que mi nueva talla superó mis expectativas y tuve que salir del vestidor para buscar otros jeans.
No tengo espejo grande en mi casa, una queja formal para mi esposo porque no hemos llegado a un acuerdo de cuál comprar. Tampoco tengo la típica báscula que toda mujer obsesionada por su peso tiene en casa. Así que me sentí desilusionada por no darme cuenta del aumento de mi peso.
Lo cierto es que mi mente y mi corazón tuvieron que aceptar a trancazos que ya no tengo el mismo cuerpo de mis 20 años. Que mi piel, estirada por el embarazo, quedó más abultada porque protegió durante los nueve meses a mi bebé en el vientre.
Lo que deduje es que, por más ejercicios y buenos hábitos alimenticios que tengas, las hormonas hacen de las suyas, y no me queda más que aceptarlas.
No queda duda que los cambios en el cuerpo se logran con esfuerzo y constancia. Además, la motivación y el tiempo que le dedicas a lo que quieres lograr son términos que pareciera ser un código difícil de descifrar, para muchas mujeres que trabajan y son amas de casas, pues su tiempo es bastante limitante.
Las prioridades de la mujer cambian cuando ya no tienes tiempo para dedicarte a ti y a tus objetivos personales. Por lo que hay que aceptar los cambios que sufre el cuerpo, y entender que la principal prioridad es sentirte saludable.
No considero que ser estilizada sea una misión imposible, pero si se necesita tener bastante paciencia para que poco a poco se vean los resultados.
Tener unos kilos demás no te garantiza la felicidad porque es responsabilidad de cada persona buscar lo que te haga feliz.
Mientras, seguiré en mi camino para no sentirme gorda.